jueves, 2 de julio de 2015

CARTA DE EDIFICACIÓN DE MADRE MARÍA PILAR DE JESÚS

CARTA DE EDIFICACIÓN DE MADRE MARÍA PILAR DE JESÚS

J.M.+J.T.
MONASTERIO DE NUESTRA SEÑORA DE LA PAZ Y SAN JOSÉ
21 de Abril de 1997
Jesús, María y José sean nuestro consuelo y fortaleza, muy amada madre priora y comunidad.
Con inmenso dolor comunico a V.R. y comunidad la partida al cielo de nuestra amadísima madre María Pilar de Jesús, fundadora de muchos de nuestros monasterios, a los 80 años de edad y 56 de vida religiosa. La llamada de Dios ocurrió a las 11:13a.m del día 17 de Marzo.
No resulta fácil encerrar en los límites de una carta de edificación un alma tan grande del temple de nuestra amada madre. Al verla y convivir con ella, siempre hemos pensado que así sería nuestra santa madre Teresa de Jesús; llena de cualidades humanas, de virtudes y de tantas gracias con las que la enriqueció el Señor, entre las que sobresalían su amor y su absoluta confianza en Dios y su Divina Providencia por las que se “lanzaba sin miedo a obras grandes.
Sus fundaciones:

Abancay             1964                                 Huancavelica (Lircay) 1989
San Jerónimo     1976                                 Chiclayo                      1991
Yurimaguas        1982                                 Huancayo                    1993

No se dejaba llevar por respetos humanos. Cuando se trataba de la gloria de Dios y del triunfo de la verdad, nunca le importó quedar mal con la criaturas, así la vimos siempre. Sus fundaciones, iniciadas con escasos recursos y frecuentemente con ninguno, siempre fueron colocadas en el Corazón de Jesús y puestas en manos del tesoro del Carmelo, nuestro padre san José; por eso surgieron y se poblaron de vocaciones, forzándole a abrir nuevos “palomares de la Virgen”.

La duda y el titubeo nunca fueron características suyas. Lo que Dios quería lo ejecutaba siempre y prontamente, costara lo que costase. A pesar de las muchas dificultades, siempre siguió adelante; su amor a Dios y su unión con el Divino Esposo se percibía con evidencia y claridad palpables.

Como buena hija de Teresa y Juan de la Cruz, nos habla de ellos como de seres tan queridos y tan próximos que parecía vivir con ellos; y, a decir verdad, de una manera espiritual vivía con ellos. En los momentos oportunos gustaba repetirnos frases y textos de nuestros santos padres Teresa y San Juan de la Cruz. En la lectura diaria nos leía sus obras y nos la explicaba muy al detalle, utilizando ejemplos muy prácticos que nos hacían comprender más fácilmente los textos. Deseaba impregnarnos de su espíritu; gozábamos escuchándola.

Nuestra madre Pilar era abnegada y entregada, sincera y confiada, jovial y entusiasta y, al mismo tiempo, profunda, maternal y bondadosa; fuerte y firme, cuando nos exigía la virtud y la entrega incondicional al Señor. Quería a sus monjas maduras y varoniles.

Infundió en nuestra vida carmelitana de intimidad amorosa con Dios, en soledad y retiro, el espíritu de una verdadera vida de familia, de un calor de hogar donde las alegrías y dolores se comparten y donde ella como madre era el lazo de unión con que todas nos estrechábamos como hijas suyas y hermanas verdaderas.

Supo organizar el trabajo de tal manera que lo dejó como sólido fundamento en nuestras comunidades, estimulándonos a mejorar cada día nuestras labores y a vivir de nuestro trabajo, de tal manera que nos permita compartir con los pobres el fruto de nuestras labores.

Le dio el Señor el don de educadora, no se asustaba de nuestros defectos, si veía humildad y deseos de corregirlos; sabía aprovechar lo aprovechable de cada alma, sin exigir más de lo que podía dar. Estaba dotada de una viva y penetrante inteligencia, de voluntad férrea y constante, que se convertían en tenacidad cuando era necesario. Era enérgica y arrolladora, de reciedumbre castellana, hecha de rectitud y sinceridad, y con mucha gracia de Dios; esto lo resume todo. Reconocía sus limitaciones y errores con gran humildad, y cuando los cometía sabía pedir perdón.

El amor a nuestras santas leyes era inmenso, nos las quería imprimir no sólo en la mente sino en el corazón, para que las practicáramos y las conserváramos con amor, como herencia preciosa que nos dejó nuestra santa madre Teresa.

Amó mucho a Jesús, María y a nuestro padre san José, al que nombró padre, señor y mayordomo de sus monasterios, además escribió una novena circular en su honor que pasa de hermana en hermana cada nueve días y nunca termina.

María Pilar Rodríguez nació en Valladolid (España), el 7 de febrero de 1917, en el seno de una familia profundamente cristiana, de sólidas virtudes morales y religiosas; siendo la segunda de seis hijos: Luz, Pilar, Ricardo, Fidel, Luis, José Andrés. Al nacer nuestra madre, don Ricardo que esperaba con ansias e ilusión un varón, no pudo contenerse y muy contrariado dijo: “¡echadla al techo!”, con el tiempo llegó hacer su hija más querida, la predilecta.

Educada en un colegio de madres Dominicas Francesas, supo asimilar sus santas enseñanzas. No le costó adaptarse al género de vida del colegio; alegre, traviesa y simpática, se hacía querer por todas las personas de su entorno. Terminados sus estudios le encomendaron la atención de la familia; los padres y hermanos atendían un establecimiento grande que tenían en el paseo Zorrilla. Pilar con la ayuda de una empleada, con generosidad y olvido propio, se hizo cargo de todo; se multiplicaba para atenderles deseando tan sólo el bienestar y felicidad de los suyos, adivinando sus pequeños caprichos, para tenerlos contentos.

Su gran deseo era entregarse al Señor, ser carmelita en el monasterio de Valladolid, donde ya habían ingresado dos amigas suyas. Sus padres tenían un dolor muy grande por la muerte de su hijo Fidel por causa de la guerra; la herida era reciente y esperaba que se cicatrizase un poco, pero el Señor apremiaba en su corazón, y Pilar confío su secreto a su santa madre, suplicándole que hablase a don Ricardo, pues conociendo el carácter de su padre temía su oposición en aquellas circunstancia. Doña Consuelo sabía el inmenso amor que el padre profesaba a su hija y las veces que había comentado que pilar era imprescindible e insustituible. Cuando doña Consuelo comentó a don Ricardo el asunto de la vocación de Pilar, no la dejó ni terminar, se enojó mucho y no quiso oír más, encerrándose en su silencio. Nuestra madre veía que su padre sufría y que evitaba encontrarse con ella.

Viendo nuestra madre que era imposible obtener el permiso paterno, un día que don Ricardo se encontraba enfermo se atrevió a entrar en su dormitorio y plantearle el asunto de su vocación, lo único que consiguió fue el llanto de su padre y le escuchó decir: “haz lo que quieras, pero no cuentes conmigo”. Con el dolor grande de ver sufrir a su padre, pero impulsada por el Señor, se fue al Carmelo de Valladolid a solicitar su entrada, las plazas estaban llenas y le aconsejaron que solicitase en Palencia. Así lo hizo, la aceptaron y quiso ingresar de inmediato. Antes de la partida, en su casa se arrodilló ante su padre para pedirle su bendición, él dijo: “También voy yo”; arreglaron las cosas y al día siguiente viajaron a Palencia, don Ricardo manejaba el coche sin decir palabra; llegados a Palencia salieron las madres al locutorio, sólo entonces don Ricardo se acercó a la reja y dijo a la madre priora: “les dejo lo que más quiero en el mundo”; se dirigieron a la puerta reglar y pilar abrazó a su padre y a sus hermanos, todos lloraban, nuestra madre se mantenía serena.

Se entregó a su nueva vida con un gran fervor, tuvo la gracia de encontrar una priora santa, que supo encauzar esa naturaleza ardiente por el camino de la santidad; descubrió cuanto podía sacar de esa alma generosa que el Señor ponía en sus manos; lo hizo con suavidad y energía exigiéndole todas las virtudes que la santa madre quería ver en sus hijas. Pilar con obediencia, humildad y disponibilidad se aprovechaba de todo. Recibió el santo hábito el 1 de enero de 1942, emitió sus votos temporales el 2 de enero de 1943 e hizo la profesión solemne el 2 de enero de 1946.

Vino al Perú a ruegos insistentes del Carmelo del Cuzco, que pidió a nuestro padre provincial Gregorio de Jesús Crucificado, con ocasión de una visita, que consiguiese dos madres de España de una de las fundaciones de nuestra santa madre Teresa de Jesús porque querían seguir con la mayor perfección y fidelidad la santa observancia del Carmelo tal como lo estableció la misma Teresa de Jesús en sus fundaciones.

Salió de su convento, con la aprobación de sus superiores y de su comunidad sin medir el sacrificio de dejar su patria, su comunidad y su familia, y adelantarse en lo incierto y desconocido. La acompañó la queridísima hermana Regina del Carmelo (Q.D.D.G). Llegaron al Cuzco el 3 de mayo de 1954, venían sólo por tres años. Cumplido el trienio, la hermana Regina regresó a España. Nuestra madre Pilar se quedó y ejerció el cargo de priora durante tres periodos de tres años cada uno, al terminar su priorato, fue elegida priora del Cuzco la madre Rosa, quien deseaba que nuestra madre Pilar fundase conventos en el Perú.

La madre Rosa había recibido sus santas enseñanzas y quería que muchas almas se aprovecharan de su doctrina. Por este tiempo Monseñor Alcides Mendoza, obispo de Abancay, pidió con insistencia una fundación en sus diócesis, y así lo hicieron, nuestra madre fundó el Carmelo de Abancay el 29 de junio de 1964, este Carmelo empezó con siete religiosas profesas, cinco de Cuzco y dos de Ayacucho; aquí se entrenó pues tuvo serias dificultades, especialmente económicas y en la dirección de la construcción, al respecto de esto último ella misma hizo los planos y puso toda la atención en la construcción del primer piso para después hacerlo ella sola con el maestro de obras, ya sin la necesidad de ingeniero, para economizar, porque éste cobraba mucho; las hermanas trabajamos acarreando bloquetas, arena y agua, y ella iba a la cabeza animando con alegría.

Así iba avanzando el convento; al mismo tiempo iba enseñándonos las virtudes en medio de las dificultades que teníamos por la estrechez de la casita en que provisionalmente vivíamos, especialmente la pobreza, porque todo el dinero, ya sea fruto de nuestra labores o de las limosnas era para la construcción; el alimento lo esperamos de la caridad de las madres del Cuzco y de la gente buena, que nos lo daba y llevaba. Un día no teníamos ni un pan, se lo dijimos a nuestra madre, ella dijo: “esperemos en Dios”, al instante se presentó en el torno un niño con un pan y dijo: “madrecita tome pan, regale estampita”, se le dio la estampa y minutos después todos los niños de la escuela se presentaron con un pan por una estampita, la tornera dijo alegre: “¡madre ya tenemos pan!”, y lo celebramos. Al día siguiente, después de la Misa, se encontró una bolsa de pan en el torno, alguien que se enteró la pondría.

Trataba a san José con mucha familiaridad y con mucho respeto a la vez, le ponía una alcancía delante, a veces le gastaba bromas; muchas otras llegaba el viernes y no se veía solución para pagar el sábado a los obreros, pero el sábado san José le traía de cualquier parte lo necesario. Las madres del Cuzco enviaban continuamente dinero, con frecuencia fruto de la venta de sus alfombras incaicas, joyas y obras de arte, también la familia de nuestra madre mandaba ayuda desde España.

Terminado el edificio y la iglesia, afluyeron vocaciones tan rápidamente que pronto ocuparon todas las plazas que permiten nuestras leyes: veintiuna monjas. Como seguían viniendo jovencitas, se pensó en una nueva fundación. Un día las visitó el señor obispo de Abancay, ya entonces Monseñor Enrique Pélach, las monjas comentaron con entusiasmo sus idea de fundar, para lo cual querían permiso para ir a Tacna ya que Monseñor Oscar Cantuarias había solicitado una fundación; se quedo su excelencia pensativo y dijo: “tantas necesidades como tenemos, si la hacen en nuestra diócesis les regalo el terreno y les hago la casa”, la explosión de alegría fue general, todas aceptaron con entusiasmo y gran fe, éste es el origen de la fundación de San Jerónimo.

A esta fundación llevó de priora a la madre Manuela y a seis religiosas, todas de Abancay; nuestra madre era priora de Abancay pero las guió y las ayudó en todo; constantemente viajaba en cualquier movilidad, en camiones con incomodidades sin cuento. Siempre que la necesitaban estaba ella dirigiendo la obra y ayudando espiritualmente a las hermanas hasta que se terminó el convento. En seguida ingresaron muchas jóvenes y llenaron las plazas, de allí salieron los Carmelos de Lircay (Huancavelica) y Huancayo; también de estos han ido varias religiosas a apoyar a España.

Monseñor Miguel Irizar, Vicario Apostólico de Yurimaguas (Loreto), deseaba un Carmelo en la selva y, precisamente fue a pedir a nuestra madre una fundación para su vicariato. Aquello era muy difícil porque era muy lejos y las hermanas eran jóvenes, sin embargo, ya de 65 años, nuestra madre Pilar se fue con siete religiosas el 16 de Octubre de 1982, como obsequio al centenario de nuestra santa madre Teresa. El clima tropical y el inicio de una comunidad le hicieron desplegar su gran fortaleza, dando ánimo y alegría a las hermanas que iban con ella; las hermanas que se quedaron en Abancay sufrieron un arranque terrible, la madre también sufrió. Sus ardientes y animadoras cartas a todas sus comunidades nos mantenían siempre unidas. El convento ahora está lleno de vocaciones propias.

El día 4 de Febrero de 1985, el Santo Padre Juan Pablo II bendecía en la ciudad de Trujillo una preciosa imagen de Nuestra Señora de la Paz, enviada y portada por el católico pueblo de Chiclayo. El Papa la bendijo y mirándola exclamó: “esta imagen merece un monasterio –y corrigiéndose continuó- un santuario”. El señor obispo Monseñor Ignacio María de Orbegoso lo escuchó, el pueblo lo escuchó y se decidió. La Virgen de la Paz tendrá un santuario y un monasterio, por esto Monseñor pidió a nuestra madre Pilar fundase un Carmelo en Chiclayo. Nuestra madre era priora en Yurimaguas y desde allí organizó la fundación, nueve hermanas de Abancay llegaron a Chiclayo y nuestra madre vino de Yurimaguas con una compañera. El 26 de Mayo de 1991 iniciaron su vida de carmelitas, en este tiempo atendía Yurimaguas de donde era priora y esta fundación, el año de 1992 a petición de la comunidad de Chiclayo que la eligió priora, se quedó aquí.

CON LÁGRIMAS Y ORACIONES PEDIMOS SU VIDA

Estando todavía en Abancay se puso mal, fue al Cuzco y allí, los médicos no estaban de acuerdo con el diagnóstico, para unos se trataba de neumonía, para otros de pleuresía. Una noche sufrió una tremenda taquicardia, parecía que iba a morir, ella dijo serenamente: “creo que ha llegado la hora, estoy tranquila aunque fuera del convento, si esa es la voluntad de Dios”, le dieron la santa unción de los enfermos, estuvo en cuidados intensivos y cuando mejoró, la llevaron a Lima. El médico le dijo: “Usted tiene la vida comprada, porque nadie se salva de un trombo al pulmón y al corazón, y usted se ha librado”, le recetó sus medicamentos y sanó.

El año 1983 estando ya en Yurimaguas se puso mal, y fue a Lima, allí le diagnosticaron un quiste, la operaron y le dijeron que el quiste era maligno, la mandaron que tomase treinta días de baño de cobalto. Nuestra medre estaba preocupada porque había dejado en Yurimaguas monjitas jóvenes; tenía fe que Dios le curaría y soportó con gran fortaleza los treinta días de baño de cobalto, y aunque todos le aconsejaban dejar Yurimaguas por el clima y regresar a Abancay, ella dijo: “ni pensarlo, están empezando religiosas muy jóvenes y tengo que estar con ellas”; se regreso y estuvo allí nueve años, haciendo vida normal de carmelita con todas sus exigencias.

Ya en Chiclayo en 1995 volvió a sentirse mal, las monjitas le rogaron que se viniese al médico, ella aceptó; vieron que tenía un tumor y había que extirparlo. La llevaron a Lima al hospital de neoplásicas, no pudieron operarla porque ya estaba ramificado; los médicos confesaron su impotencia ante tal metástasis, ella recibió la noticia con un “bendito sea Dios, si así lo quiere está bien”. No perdió nunca la serenidad y la alegría de siempre, los médicos y las enfermeras quedaron edificados.

Le pronosticaron ocho meses de vida, regresó a su convento el 8 de Octubre de 1995, contenta, alegre y animando a todas; cantamos el TE DEUM, y comenzó su vida normal asistiendo a todo, participando en todo, haciéndonos olvidar que estaba enferma.

El día 2 de Febrero de 1996 recibió el sacramento de la unción de los enfermos en el comulgatorio, quería estar prepara para su encuentro con el Señor, quiso recibirlo en un día de fiesta, las monjitas sufrían pero ella les levantaba el ánimo; a los ocho meses comenzó a debilitarse, le costaba caminar. En silla de ruedas asistía a todos los actos de la comunidad, ni un solo día dejó de asistir a la Santa Misa. Los dolores se intensificaban, pasó la cuaresma de 1996 entre intensos dolores; desde su silla de ruedas presidió los oficios, el jueves santo quiso servir en el refectorio como es costumbre entre nosotras, asiendo un esfuerzo sobre humano lavó los pies a las religiosas, y se sintió muy feliz de hacerlo porque decía que era la última vez. El viernes y sábado santo asistió a todos los oficios; el día de pascua fuimos las religiosas a felicitarle a la puerta de su celda, era sorprenderte ver cómo cantaba el “ALELUYA”.

En cuanto cesaban los intensos dolores, reanudaba su tarea de hacer rosarios, su correspondencia y demás trabajos; incluso pintó un cuadro y escribió la crónica de San Jerónimo en la computadora. En los días de fiesta parecía que el Señor la reconfortaba con un descanso en sus dolores, en la navidad de 1996 escribió y encuadernó con mucha ilusión y alegría el librito de cantos navideños para todas las hermanas. La noche buena participó en la Eucaristía con gran fervor, después de la jornadilla estuvo con nosotras hasta las dos de la mañana.

Luego ya no pudo ir al coro porque no podía estar sentada; participó de la Santa Misa con un audio que colocaron en su celda; la madre supriora le llevaba la comunión a diario. El día 9 de enero recibió de nuevo la unción de los enfermos estando ya en cama, el 10 le dio una taquicardia paroxística, vino el cardiólogo a ponerle una inyección y le dijo: “con esto reacciona el corazón o se para del todo”. Reaccionó muy bien. Ya en el recreo comentó: “a estas horas ya hubiera estado en el cielo ¡Qué fácil y bonito es morir con el corazón! ¿Qué será morir de dolor?, pero lo que Dios quiera, estoy entregada para lo que Él quiera”.

Cuando sus hijas de los diferentes conventos le escribían manifestándole su dolor les contestaba siempre animándolas; copiamos un párrafo de sus cartas: “¿Mi salud? ¿Mi enfermedad?... ¡adelante! No lo dudo, pero Dios la lleva en sus manos y no hace más que lo que tiene que hacer, y siempre, siempre lo hace bien ¿Por qué inquietarnos? Vamos seguras en sus manos. Pidan para que yo y todas realicemos sus designios con toda exactitud y Él pueda glorificarse en nosotras. Lo demás qué nos importa, por eso, tranquilas. Si vivimos; vivimos para el Señor y si morimos; morimos para el Señor; porque en vida o muerte somos del Señor ¿Mejor suerte? ¡Imposible! ¡Aleluya! Pidan para que este ánimo crezca y esta fe se aumente en mí y en todas mis hijas hasta el último aliento. Con esto no necesitamos más”

Necesitaba suero y no podían ponerle, porque se le reventaban las venas. Llegó el 7 febrero, cumplió los ochenta años, ese día no tuvo casi dolores, disfrutó de la fiesta que le hicimos sus monjitas. Llama la atención que, con tantos y tan fuertes analgésicos, su mente siempre estaba lúcida, su ansia de rezar el oficio divino era tan grande que no dejó de rezarlo ni un día, cada una y todas las horas canónicas hasta el 8 de marzo en que ya no pudo sostener el breviario en sus manos.

El 28 de febrero se agravó. Llamaron al padre capellán y al médico. Estaba muy deshidratada. El médico intento ponerle un abbocet pero no pudo. El 3 de marzo le pusieron catéter, después de hacerle sufrir mucho lograron ponerle el suero y toda la medicación.

El día 5 de marzo se puso bien, se juntaron las religiosas a su alrededor, empezó a hablarles de su muerte y del cielo con una gran paz y tanta alegría que todas quedaron entusiasmadas, les dijo: “manténganse siempre unidas, abandónense en las manos del Señor, no estén tristes, desde el cielo haré más por vuestras caridades, sean muy fieles al Señor, Él es demasiado bueno”; y cada monjita iba pidiendo lo que necesitaba para ser mejor.

Esa noche solicitó el viático para que todo estuviera ya preparado. Al día siguiente el padre Agapito Muñoz celebró la Santa Misa en la habitación de la madre, y allí renovó las promesas del bautismo y contestó a todo con fervor, también recibió la indulgencia plenaria con la bendición papal. Cuando salió la comunidad dijo: “Gracias Dios mío, ya todo está listo, completo”, y se sintió feliz. Comulgó hasta el último día. El padre Agapito, capellán del monasterio, le llevaba con tanta caridad la comunión a diario; aunque la madre ya no podía hablar, escuchaba y hacia señas de que comprendía lo que le decía. Miraba fijamente el crucifijo y lo besaba.

El 15 de marzo Monseñor Ignacio, obispo de Chiclayo, entró y le dio la bendición del camino y oró en silencio junto a ella.

El 17 de marzo al amanecer le había subido la fiebre y respiraba con dificultad, a las 10:00a.m entraron Monseñor Jesús Moliné, preconizado obispo coadjutor de Chiclayo, y el padre Hilarión Rubio, ambos le dieron la absolución y la bendición. Nos reunimos toda la comunidad, rezamos la recomendación del alma, se entonó la salve y al terminar expiró, eran las 11:13a.m. Su rostro quedo lleno de tanta paz, que daba devoción el mirarla; la amortajamos y la pusimos en su hermosa caja blanca que le obsequiaron. Las hermanas jóvenes la pusieron en sus hombros y todas las llevamos al coro cantando “al cielo, al cielo yo iré”.

En la reja del coro estaban esperando todas las amistades y los familiares llorando. Luego empezaron las misas; los sacerdotes que tanto le querían, en cuanto se enteraron vinieron a celebrar. Al día siguiente, lo mismo; a las 4:00p.m concelebraron dos padres carmelitas que vinieron de Trujillo. El funeral estaba programado para las 5:00p.m, pero fue más tarde por el retraso del avión en el que viajaba Monseñor Irizar y una sobrina de nuestra madre que venía desde España; en cuanto llegó Monseñor, concelebró e hizo el funeral, las hermanas la llevábamos en los hombros turnándonos, cantando y rezando a nuestro cementerio.

Agradecemos de todo corazón a las personas y médicos que nos han ayudado durante su enfermedad y acompañado en estos momentos de dolor.

La vida de nuestra madre María Pilar de Jesús se ajustó al espíritu de nuestra santa madre Teresa de Jesús. Bien podría cantar aquello de: “Vuestra soy para vos nací… ¿Qué mandáis hacer de mí?”. Aunque tenemos la seguridad de que ya goza de Dios, porque el Señor la purificó con el dolor, sin embargo, suplicamos a V.V.R.R. aplicarle cuanto antes los sufragios que mandan nuestras leyes y cuánto su caridad le sugieran, que ella desde el cielo se lo pagará.

De V.V.R.R. indigna sierva e hija


María Inés de Jesús.

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