CARTA DE EDIFICACIÓN DE MADRE MARÍA PILAR DE JESÚS
J.M.+J.T.
MONASTERIO DE NUESTRA SEÑORA DE
LA PAZ Y SAN JOSÉ
21 de Abril de 1997
Jesús, María y José sean nuestro
consuelo y fortaleza, muy amada madre priora y comunidad.
Con inmenso dolor comunico a
V.R. y comunidad la partida al cielo de nuestra amadísima madre María Pilar de Jesús, fundadora de
muchos de nuestros monasterios, a los 80 años de edad y 56 de vida religiosa.
La llamada de Dios ocurrió a las 11:13a.m del día 17 de Marzo.
No resulta fácil encerrar en los
límites de una carta de edificación un alma tan grande del temple de nuestra
amada madre. Al verla y convivir con ella, siempre hemos pensado que así sería
nuestra santa madre Teresa de Jesús; llena de cualidades humanas, de virtudes y
de tantas gracias con las que la enriqueció el Señor, entre las que sobresalían
su amor y su absoluta confianza en Dios y su Divina Providencia por las que se
“lanzaba sin miedo a obras grandes.
Sus fundaciones:
Abancay 1964 Huancavelica (Lircay)
1989
San Jerónimo 1976 Chiclayo 1991
Yurimaguas 1982 Huancayo 1993
No se dejaba llevar por respetos
humanos. Cuando se trataba de la gloria de Dios y del triunfo de la verdad,
nunca le importó quedar mal con la criaturas, así la vimos siempre. Sus
fundaciones, iniciadas con escasos recursos y frecuentemente con ninguno,
siempre fueron colocadas en el Corazón de Jesús y puestas en manos del tesoro
del Carmelo, nuestro padre san José; por eso surgieron y se poblaron de
vocaciones, forzándole a abrir nuevos “palomares de la Virgen”.
La duda y el titubeo nunca
fueron características suyas. Lo que Dios quería lo ejecutaba siempre y
prontamente, costara lo que costase. A pesar de las muchas dificultades,
siempre siguió adelante; su amor a Dios y su unión con el Divino Esposo se
percibía con evidencia y claridad palpables.
Como buena hija de Teresa y Juan
de la Cruz, nos habla de ellos como de seres tan queridos y tan próximos que
parecía vivir con ellos; y, a decir verdad, de una manera espiritual vivía con
ellos. En los momentos oportunos gustaba repetirnos frases y textos de nuestros
santos padres Teresa y San Juan de la Cruz. En la lectura diaria nos leía sus
obras y nos la explicaba muy al detalle, utilizando ejemplos muy prácticos que
nos hacían comprender más fácilmente los textos. Deseaba impregnarnos de su
espíritu; gozábamos escuchándola.
Nuestra madre Pilar era abnegada
y entregada, sincera y confiada, jovial y entusiasta y, al mismo tiempo,
profunda, maternal y bondadosa; fuerte y firme, cuando nos exigía la virtud y
la entrega incondicional al Señor. Quería a sus monjas maduras y varoniles.
Infundió en nuestra vida
carmelitana de intimidad amorosa con Dios, en soledad y retiro, el espíritu de
una verdadera vida de familia, de un calor de hogar donde las alegrías y
dolores se comparten y donde ella como madre era el lazo de unión con que todas
nos estrechábamos como hijas suyas y hermanas verdaderas.
Supo organizar el trabajo de tal
manera que lo dejó como sólido fundamento en nuestras comunidades,
estimulándonos a mejorar cada día nuestras labores y a vivir de nuestro
trabajo, de tal manera que nos permita compartir con los pobres el fruto de
nuestras labores.
Le dio el Señor el don de
educadora, no se asustaba de nuestros defectos, si veía humildad y deseos de
corregirlos; sabía aprovechar lo aprovechable de cada alma, sin exigir más de
lo que podía dar. Estaba dotada de una viva y penetrante inteligencia, de
voluntad férrea y constante, que se convertían en tenacidad cuando era
necesario. Era enérgica y arrolladora, de reciedumbre castellana, hecha de
rectitud y sinceridad, y con mucha gracia de Dios; esto lo resume todo.
Reconocía sus limitaciones y errores con gran humildad, y cuando los cometía
sabía pedir perdón.
El amor a nuestras santas leyes
era inmenso, nos las quería imprimir no sólo en la mente sino en el corazón,
para que las practicáramos y las conserváramos con amor, como herencia preciosa
que nos dejó nuestra santa madre Teresa.
Amó mucho a Jesús, María y a
nuestro padre san José, al que nombró padre, señor y mayordomo de sus
monasterios, además escribió una novena circular en su honor que pasa de hermana
en hermana cada nueve días y nunca termina.
María Pilar Rodríguez nació en
Valladolid (España), el 7 de febrero de 1917, en el seno de una familia
profundamente cristiana, de sólidas virtudes morales y religiosas; siendo la
segunda de seis hijos: Luz, Pilar, Ricardo, Fidel, Luis, José Andrés. Al nacer
nuestra madre, don Ricardo que esperaba con ansias e ilusión un varón, no pudo
contenerse y muy contrariado dijo: “¡echadla al techo!”, con el tiempo llegó
hacer su hija más querida, la predilecta.
Educada en un colegio de madres
Dominicas Francesas, supo asimilar sus santas enseñanzas. No le costó adaptarse
al género de vida del colegio; alegre, traviesa y simpática, se hacía querer
por todas las personas de su entorno. Terminados sus estudios le encomendaron
la atención de la familia; los padres y hermanos atendían un establecimiento
grande que tenían en el paseo Zorrilla. Pilar con la ayuda de una empleada, con
generosidad y olvido propio, se hizo cargo de todo; se multiplicaba para
atenderles deseando tan sólo el bienestar y felicidad de los suyos, adivinando
sus pequeños caprichos, para tenerlos contentos.
Su gran deseo era entregarse al
Señor, ser carmelita en el monasterio de Valladolid, donde ya habían ingresado
dos amigas suyas. Sus padres tenían un dolor muy grande por la muerte de su
hijo Fidel por causa de la guerra; la herida era reciente y esperaba que se
cicatrizase un poco, pero el Señor apremiaba en su corazón, y Pilar confío su
secreto a su santa madre, suplicándole que hablase a don Ricardo, pues
conociendo el carácter de su padre temía su oposición en aquellas circunstancia.
Doña Consuelo sabía el inmenso amor que el padre profesaba a su hija y las
veces que había comentado que pilar era imprescindible e insustituible. Cuando
doña Consuelo comentó a don Ricardo el asunto de la vocación de Pilar, no la
dejó ni terminar, se enojó mucho y no quiso oír más, encerrándose en su
silencio. Nuestra madre veía que su padre sufría y que evitaba encontrarse con
ella.
Viendo nuestra madre que era imposible
obtener el permiso paterno, un día que don Ricardo se encontraba enfermo se
atrevió a entrar en su dormitorio y plantearle el asunto de su vocación, lo
único que consiguió fue el llanto de su padre y le escuchó decir: “haz lo que
quieras, pero no cuentes conmigo”. Con el dolor grande de ver sufrir a su
padre, pero impulsada por el Señor, se fue al Carmelo de Valladolid a solicitar
su entrada, las plazas estaban llenas y le aconsejaron que solicitase en
Palencia. Así lo hizo, la aceptaron y quiso ingresar de inmediato. Antes de la
partida, en su casa se arrodilló ante su padre para pedirle su bendición, él
dijo: “También voy yo”; arreglaron las cosas y al día siguiente viajaron a
Palencia, don Ricardo manejaba el coche sin decir palabra; llegados a Palencia
salieron las madres al locutorio, sólo entonces don Ricardo se acercó a la reja
y dijo a la madre priora: “les dejo lo que más quiero en el mundo”; se
dirigieron a la puerta reglar y pilar abrazó a su padre y a sus hermanos, todos
lloraban, nuestra madre se mantenía serena.
Se entregó a su nueva vida con
un gran fervor, tuvo la gracia de encontrar una priora santa, que supo encauzar
esa naturaleza ardiente por el camino de la santidad; descubrió cuanto podía
sacar de esa alma generosa que el Señor ponía en sus manos; lo hizo con
suavidad y energía exigiéndole todas las virtudes que la santa madre quería ver
en sus hijas. Pilar con obediencia, humildad y disponibilidad se aprovechaba de
todo. Recibió el santo hábito el 1 de enero de 1942, emitió sus votos
temporales el 2 de enero de 1943 e hizo la profesión solemne el 2 de enero de
1946.
Vino al Perú a ruegos
insistentes del Carmelo del Cuzco, que pidió a nuestro padre provincial
Gregorio de Jesús Crucificado, con ocasión de una visita, que consiguiese dos
madres de España de una de las fundaciones de nuestra santa madre Teresa de
Jesús porque querían seguir con la mayor perfección y fidelidad la santa
observancia del Carmelo tal como lo estableció la misma Teresa de Jesús en sus
fundaciones.
Salió de su convento, con la
aprobación de sus superiores y de su comunidad sin medir el sacrificio de dejar
su patria, su comunidad y su familia, y adelantarse en lo incierto y
desconocido. La acompañó la queridísima hermana Regina del Carmelo (Q.D.D.G).
Llegaron al Cuzco el 3 de mayo de 1954, venían sólo por tres años. Cumplido el
trienio, la hermana Regina regresó a España. Nuestra madre Pilar se quedó y
ejerció el cargo de priora durante tres periodos de tres años cada uno, al
terminar su priorato, fue elegida priora del Cuzco la madre Rosa, quien deseaba
que nuestra madre Pilar fundase conventos en el Perú.
La madre Rosa había recibido sus
santas enseñanzas y quería que muchas almas se aprovecharan de su doctrina. Por
este tiempo Monseñor Alcides Mendoza, obispo de Abancay, pidió con insistencia
una fundación en sus diócesis, y así lo hicieron, nuestra madre fundó el
Carmelo de Abancay el 29 de junio de 1964, este Carmelo empezó con siete
religiosas profesas, cinco de Cuzco y dos de Ayacucho; aquí se entrenó pues
tuvo serias dificultades, especialmente económicas y en la dirección de la
construcción, al respecto de esto último ella misma hizo los planos y puso toda
la atención en la construcción del primer piso para después hacerlo ella sola
con el maestro de obras, ya sin la necesidad de ingeniero, para economizar,
porque éste cobraba mucho; las hermanas trabajamos acarreando bloquetas, arena
y agua, y ella iba a la cabeza animando con alegría.
Así iba avanzando el convento;
al mismo tiempo iba enseñándonos las virtudes en medio de las dificultades que
teníamos por la estrechez de la casita en que provisionalmente vivíamos,
especialmente la pobreza, porque todo el dinero, ya sea fruto de nuestra
labores o de las limosnas era para la construcción; el alimento lo esperamos de
la caridad de las madres del Cuzco y de la gente buena, que nos lo daba y llevaba.
Un día no teníamos ni un pan, se lo dijimos a nuestra madre, ella dijo: “esperemos
en Dios”, al instante se presentó en el torno un niño con un pan y
dijo: “madrecita tome pan, regale estampita”, se le dio la estampa y minutos
después todos los niños de la escuela se presentaron con un pan por una
estampita, la tornera dijo alegre: “¡madre ya tenemos pan!”, y lo celebramos. Al
día siguiente, después de la Misa, se encontró una bolsa de pan en el torno,
alguien que se enteró la pondría.
Trataba a san José con mucha
familiaridad y con mucho respeto a la vez, le ponía una alcancía delante, a
veces le gastaba bromas; muchas otras llegaba el viernes y no se veía solución
para pagar el sábado a los obreros, pero el sábado san José le traía de
cualquier parte lo necesario. Las madres del Cuzco enviaban continuamente
dinero, con frecuencia fruto de la venta de sus alfombras incaicas, joyas y
obras de arte, también la familia de nuestra madre mandaba ayuda desde España.
Terminado el edificio y la
iglesia, afluyeron vocaciones tan rápidamente que pronto ocuparon todas las
plazas que permiten nuestras leyes: veintiuna monjas. Como seguían viniendo
jovencitas, se pensó en una nueva fundación. Un día las visitó el señor obispo
de Abancay, ya entonces Monseñor Enrique Pélach, las monjas comentaron con
entusiasmo sus idea de fundar, para lo cual querían permiso para ir a Tacna ya
que Monseñor Oscar Cantuarias había solicitado una fundación; se quedo su
excelencia pensativo y dijo: “tantas necesidades como tenemos, si la hacen en
nuestra diócesis les regalo el terreno y les hago la casa”, la explosión de
alegría fue general, todas aceptaron con entusiasmo y gran fe, éste es el origen
de la fundación de San Jerónimo.
A esta fundación llevó de priora
a la madre Manuela y a seis religiosas, todas de Abancay; nuestra madre era
priora de Abancay pero las guió y las ayudó en todo; constantemente viajaba en
cualquier movilidad, en camiones con incomodidades sin cuento. Siempre que la
necesitaban estaba ella dirigiendo la obra y ayudando espiritualmente a las
hermanas hasta que se terminó el convento. En seguida ingresaron muchas jóvenes
y llenaron las plazas, de allí salieron los Carmelos de Lircay (Huancavelica) y
Huancayo; también de estos han ido varias religiosas a apoyar a España.
Monseñor Miguel Irizar, Vicario
Apostólico de Yurimaguas (Loreto), deseaba un Carmelo en la selva y,
precisamente fue a pedir a nuestra madre una fundación para su vicariato.
Aquello era muy difícil porque era muy lejos y las hermanas eran jóvenes, sin
embargo, ya de 65 años, nuestra madre Pilar se fue con siete religiosas el 16
de Octubre de 1982, como obsequio al centenario de nuestra santa madre Teresa.
El clima tropical y el inicio de una comunidad le hicieron desplegar su gran
fortaleza, dando ánimo y alegría a las hermanas que iban con ella; las hermanas
que se quedaron en Abancay sufrieron un arranque terrible, la madre también
sufrió. Sus ardientes y animadoras cartas a todas sus comunidades nos mantenían
siempre unidas. El convento ahora está lleno de vocaciones propias.
El día 4 de Febrero de 1985, el
Santo Padre Juan Pablo II bendecía en la ciudad de Trujillo una preciosa imagen
de Nuestra Señora de la Paz, enviada y portada por el católico pueblo de Chiclayo.
El Papa la bendijo y mirándola exclamó: “esta
imagen merece un monasterio –y corrigiéndose continuó- un santuario”. El señor obispo Monseñor Ignacio María de Orbegoso
lo escuchó, el pueblo lo escuchó y se decidió. La Virgen de la Paz tendrá un
santuario y un monasterio, por esto Monseñor pidió a nuestra madre Pilar
fundase un Carmelo en Chiclayo. Nuestra madre era priora en Yurimaguas y desde
allí organizó la fundación, nueve hermanas de Abancay llegaron a Chiclayo y
nuestra madre vino de Yurimaguas con una compañera. El 26 de Mayo de 1991
iniciaron su vida de carmelitas, en este tiempo atendía Yurimaguas de donde era
priora y esta fundación, el año de 1992 a petición de la comunidad de Chiclayo
que la eligió priora, se quedó aquí.
CON
LÁGRIMAS Y ORACIONES PEDIMOS SU VIDA
Estando todavía en Abancay se
puso mal, fue al Cuzco y allí, los médicos no estaban de acuerdo con el
diagnóstico, para unos se trataba de neumonía, para otros de pleuresía. Una
noche sufrió una tremenda taquicardia, parecía que iba a morir, ella dijo
serenamente: “creo que ha llegado la
hora, estoy tranquila aunque fuera del convento, si esa es la voluntad de Dios”,
le dieron la santa unción de los enfermos, estuvo en cuidados intensivos y
cuando mejoró, la llevaron a Lima. El médico le dijo: “Usted tiene la vida
comprada, porque nadie se salva de un trombo al pulmón y al corazón, y usted se
ha librado”, le recetó sus medicamentos y sanó.
El año 1983 estando ya en
Yurimaguas se puso mal, y fue a Lima, allí le diagnosticaron un quiste, la operaron
y le dijeron que el quiste era maligno, la mandaron que tomase treinta días de
baño de cobalto. Nuestra medre estaba preocupada porque había dejado en
Yurimaguas monjitas jóvenes; tenía fe que Dios le curaría y soportó con gran
fortaleza los treinta días de baño de cobalto, y aunque todos le aconsejaban
dejar Yurimaguas por el clima y regresar a Abancay, ella dijo: “ni pensarlo, están empezando religiosas
muy jóvenes y tengo que estar con ellas”; se regreso y estuvo allí nueve
años, haciendo vida normal de carmelita con todas sus exigencias.
Ya en Chiclayo en 1995 volvió a
sentirse mal, las monjitas le rogaron que se viniese al médico, ella aceptó;
vieron que tenía un tumor y había que extirparlo. La llevaron a Lima al
hospital de neoplásicas, no pudieron operarla porque ya estaba ramificado; los
médicos confesaron su impotencia ante tal metástasis, ella recibió la noticia
con un “bendito sea Dios, si así lo
quiere está bien”. No perdió nunca la serenidad y la alegría de siempre,
los médicos y las enfermeras quedaron edificados.
Le pronosticaron ocho meses de
vida, regresó a su convento el 8 de Octubre de 1995, contenta, alegre y
animando a todas; cantamos el TE DEUM, y comenzó su vida normal asistiendo a
todo, participando en todo, haciéndonos olvidar que estaba enferma.
El día 2 de Febrero de 1996
recibió el sacramento de la unción de los enfermos en el comulgatorio, quería
estar prepara para su encuentro con el Señor, quiso recibirlo en un día de
fiesta, las monjitas sufrían pero ella les levantaba el ánimo; a los ocho meses
comenzó a debilitarse, le costaba caminar. En silla de ruedas asistía a todos
los actos de la comunidad, ni un solo día dejó de asistir a la Santa Misa. Los
dolores se intensificaban, pasó la cuaresma de 1996 entre intensos dolores;
desde su silla de ruedas presidió los oficios, el jueves santo quiso servir en
el refectorio como es costumbre entre nosotras, asiendo un esfuerzo sobre
humano lavó los pies a las religiosas, y se sintió muy feliz de hacerlo porque
decía que era la última vez. El viernes y sábado santo asistió a todos los
oficios; el día de pascua fuimos las religiosas a felicitarle a la puerta de su
celda, era sorprenderte ver cómo cantaba el “ALELUYA”.
En cuanto cesaban los intensos
dolores, reanudaba su tarea de hacer rosarios, su correspondencia y demás
trabajos; incluso pintó un cuadro y escribió la crónica de San Jerónimo en la
computadora. En los días de fiesta parecía que el Señor la reconfortaba con un
descanso en sus dolores, en la navidad de 1996 escribió y encuadernó con mucha
ilusión y alegría el librito de cantos navideños para todas las hermanas. La
noche buena participó en la Eucaristía con gran fervor, después de la
jornadilla estuvo con nosotras hasta las dos de la mañana.
Luego ya no pudo ir al coro
porque no podía estar sentada; participó de la Santa Misa con un audio que
colocaron en su celda; la madre supriora le llevaba la comunión a diario. El
día 9 de enero recibió de nuevo la unción de los enfermos estando ya en cama,
el 10 le dio una taquicardia paroxística, vino el cardiólogo a ponerle una
inyección y le dijo: “con esto reacciona el corazón o se para del todo”.
Reaccionó muy bien. Ya en el recreo comentó: “a estas horas ya hubiera estado en el cielo ¡Qué fácil y bonito es
morir con el corazón! ¿Qué será morir de dolor?, pero lo que Dios quiera, estoy
entregada para lo que Él quiera”.
Cuando sus hijas de los
diferentes conventos le escribían manifestándole su dolor les contestaba
siempre animándolas; copiamos un párrafo de sus cartas: “¿Mi salud? ¿Mi enfermedad?... ¡adelante! No lo dudo, pero Dios la
lleva en sus manos y no hace más que lo que tiene que hacer, y siempre, siempre
lo hace bien ¿Por qué inquietarnos? Vamos seguras en sus manos. Pidan para que
yo y todas realicemos sus designios con toda exactitud y Él pueda glorificarse
en nosotras. Lo demás qué nos importa, por eso, tranquilas. Si vivimos; vivimos
para el Señor y si morimos; morimos para el Señor; porque en vida o muerte
somos del Señor ¿Mejor suerte? ¡Imposible! ¡Aleluya! Pidan para que este ánimo
crezca y esta fe se aumente en mí y en todas mis hijas hasta el último aliento.
Con esto no necesitamos más”.
Necesitaba suero y no podían
ponerle, porque se le reventaban las venas. Llegó el 7 febrero, cumplió los
ochenta años, ese día no tuvo casi dolores, disfrutó de la fiesta que le
hicimos sus monjitas. Llama la atención que, con tantos y tan fuertes
analgésicos, su mente siempre estaba lúcida, su ansia de rezar el oficio divino
era tan grande que no dejó de rezarlo ni un día, cada una y todas las horas
canónicas hasta el 8 de marzo en que ya no pudo sostener el breviario en sus manos.
El 28 de febrero se agravó.
Llamaron al padre capellán y al médico. Estaba muy deshidratada. El médico
intento ponerle un abbocet pero no pudo. El 3 de marzo le pusieron catéter,
después de hacerle sufrir mucho lograron ponerle el suero y toda la medicación.
El día 5 de marzo se puso bien,
se juntaron las religiosas a su alrededor, empezó a hablarles de su muerte y
del cielo con una gran paz y tanta alegría que todas quedaron entusiasmadas,
les dijo: “manténganse siempre unidas,
abandónense en las manos del Señor, no estén tristes, desde el cielo haré más
por vuestras caridades, sean muy fieles al Señor, Él es demasiado bueno”; y
cada monjita iba pidiendo lo que necesitaba para ser mejor.
Esa noche solicitó el viático
para que todo estuviera ya preparado. Al día siguiente el padre Agapito Muñoz
celebró la Santa Misa en la habitación de la madre, y allí renovó las promesas
del bautismo y contestó a todo con fervor, también recibió la indulgencia
plenaria con la bendición papal. Cuando salió la comunidad dijo: “Gracias Dios mío, ya todo está listo,
completo”, y se sintió feliz. Comulgó hasta el último día. El padre
Agapito, capellán del monasterio, le llevaba con tanta caridad la comunión a
diario; aunque la madre ya no podía hablar, escuchaba y hacia señas de que
comprendía lo que le decía. Miraba fijamente el crucifijo y lo besaba.
El 15 de marzo Monseñor Ignacio,
obispo de Chiclayo, entró y le dio la bendición del camino y oró en silencio
junto a ella.
El 17 de marzo al amanecer le había subido la
fiebre y respiraba con dificultad, a las 10:00a.m entraron Monseñor Jesús
Moliné, preconizado obispo coadjutor de Chiclayo, y el padre Hilarión Rubio,
ambos le dieron la absolución y la bendición. Nos reunimos toda la comunidad,
rezamos la recomendación del alma, se entonó la salve y al terminar expiró,
eran las 11:13a.m. Su rostro quedo lleno de tanta paz, que daba devoción el
mirarla; la amortajamos y la pusimos en su hermosa caja blanca que le
obsequiaron. Las hermanas jóvenes la pusieron en sus hombros y todas las
llevamos al coro cantando “al cielo, al cielo yo iré”.
En la reja del coro estaban
esperando todas las amistades y los familiares llorando. Luego empezaron las
misas; los sacerdotes que tanto le querían, en cuanto se enteraron vinieron a
celebrar. Al día siguiente, lo mismo; a las 4:00p.m concelebraron dos padres
carmelitas que vinieron de Trujillo. El funeral estaba programado para las
5:00p.m, pero fue más tarde por el retraso del avión en el que viajaba Monseñor
Irizar y una sobrina de nuestra madre que venía desde España; en cuanto llegó
Monseñor, concelebró e hizo el funeral, las hermanas la llevábamos en los
hombros turnándonos, cantando y rezando a nuestro cementerio.
Agradecemos de todo corazón a
las personas y médicos que nos han ayudado durante su enfermedad y acompañado
en estos momentos de dolor.
La vida de nuestra madre María
Pilar de Jesús se ajustó al espíritu de nuestra santa madre Teresa de Jesús.
Bien podría cantar aquello de: “Vuestra soy para vos nací… ¿Qué mandáis hacer
de mí?”. Aunque tenemos la seguridad de que ya goza de Dios, porque el Señor la
purificó con el dolor, sin embargo, suplicamos a V.V.R.R. aplicarle cuanto
antes los sufragios que mandan nuestras leyes y cuánto su caridad le sugieran,
que ella desde el cielo se lo pagará.
De V.V.R.R. indigna sierva e
hija
María Inés de Jesús.
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